Los objetos se comunican con su propia Internet
La Internet de los Objetos ya está aquí. Esta conectividad entre objetos inanimados que se envían información entre sí aún se encuentra en su infancia (o, tal vez, a punto de entrar en su adolescencia), pero poco a poco va cobrando importancia.
La expresión “Internet de los Objetos” hace alusión a la red inalámbrica que conecta entre sí a objetos de uso cotidiano en un mundo en el cual desde los edificios hasta los electrodomésticos consiguen la información que necesitan de manera inteligente. Se puede ver la Internet de los Objetos de dos maneras, dependiendo del bagaje personal y profesional de cada uno, y de su visión de la vida. Unos explotarán al máximo todo su potencial, mientras que a otras personas seguramente les dará miedo. En todo caso, no vamos a poder eludirla.
“El ritmo está siendo asombroso”, afirma Adam Dunkels, experto en informática experimental del Instituto Sueco de Ciencias Informáticas de Kista (Suecia). “Hace diez años, cuando se hablaba tanto de hogares inteligentes y ese tipo de cosas, el reto estaba en que todas las tecnologías fueran de marca registrada; si te comprabas un sistema determinado, estabas abocado a utilizar ese sistema. De alguna forma, tu sistema tenía un claro propietario. Pero hoy en día, la gran tendencia es la estandarización, y todo tiende hacia el uso de protocolos de Internet (IP).”
El propio Dunkels “encogió” el código del protocolo de Internet para lograr que cupiera en 100 bytes de RAM, siendo así lo bastante pequeño para utilizarse con microprocesadores. En 2010, un equipo del Internet Engineering Task Force creó el primer estándar de IP para su enrutamiento en redes de sensores, utilizando enlaces inalámbricos y también de alimentación eléctrica.
Gran parte de la Internet de los Objetos va a requerir conexiones en condiciones de baja alimentación, baja velocidad y, a menudo, poca estabilidad (puesto que va a estar en entornos rigurosos o impredecibles) para poder facilitar, por ejemplo, comunicación sobre el tráfico o condiciones generales en zonas habitadas y también habitables.
La empresa finlandesa Wärtsilä lanzó recientemente un servicio que permite detectar vibraciones irregulares en los propulsores de una embarcación, enviándose a diario datos al centro de servicios. En caso de que los propulsores necesiten mantenimiento, se puede planificar con antelación, lo cual supone un ahorro de dinero considerable para el operador de la embarcación. Wärtsilä también recopila todo tipo de datos, lo cual es útil de cara al desarrollo de futuros propulsores.
Según Dunkels, muchos de estos avances van a venir dictados por la industria.
“Un buen ejemplo de esto son las redes eléctricas inteligentes, gracias a las cuales se puede acceder a los contadores a distancia para su lectura. El consumidor no lo ve ni lo sabe, y de hecho no tiene por qué verlo ni saberlo”, afirma.
“Otro ejemplo es la planificación urbanística. Por ejemplo, en China, donde se están produciendo migraciones masivas hacia las ciudades y es importante hacer que éstas funcionen lo mejor posible”, añade.
En San Francisco hay microprocesadores instalados en las carreteras, los cuales envían información sobre el tráfico y las condiciones de aparcamiento a los receptores de GPS de los conductores y les indican dónde encontrar sitios para aparcar.
Según Dunkels, la causa de esta revolución es en gran medida el iPhone.
“Ellos [Apple] han cambiado las reglas del juego tanto a nivel conceptual como tecnológico. Lo que antes era complicado, hoy en día es sencillo y asequible”, afirma.
La Internet de los Objetos acabará siendo mucho más grande que la Internet que utilizamos nosotros, los humanos. Actualmente hay unos 2.000 millones de personas conectadas a Internet, mientras que el número de aparatos conectados entre sí seguramente ya supera esa cifra. Algunos expertos, como Dave Evans (especialista en predicción de tendencias de la firma Cisco), creen que podrían llegar a conectarse a las redes cerca de un billón de aparatos. El gigante de las telecomunicaciones Ericsson calcula que hacia 2020 habrá unos 50.000 millones de aparatos conectados.
Sin olvidar un posible escenario de pesadilla: el del Gran Hermano vigilando cada uno de nuestros movimientos. En este caso nos encontraríamos con sistemas vulnerables, hackers de sombrero negro adueñándose de la situación, saboteando el tráfico, sembrando el caos… y abriendo puertas que deberían permanecer cerradas.
“El sector de la seguridad ha progresado mucho, pero por supuesto existen muchos riesgos”, dice Dunkels. “Habrá filtraciones de metainformación. Dicho de otra forma, aunque usemos encriptamientos para proteger nuestros mensajes, el simple hecho de que algo esté siendo comunicado – por ejemplo, una comunicación de alarma – puede suscitar el interés de un tercero”, añade.
Una forma de construir sistemas que sean menos vulnerables es lograr que cada unidad de acceso sea un poco más inteligente, dice Dunkels, de modo que no toda la información esté en los servidores, sino en un punto de entrada. Y si bien es posible bloquear las frecuencias, también hay maneras de sortear eso, asegura.
“La Internet de los Objetos no es lo mismo que la Internet que conocemos. Muchos aparatos y sistemas no estarán conectados a la red abierta de Internet, sino también a redes privadas más pequeñas, y los mensajes contenidos en redes privadas podrán encriptarse para lograr un nivel de seguridad razonable”, afirma.
Pero también añade: “Eso sí, una vez que se entre en una de estas redes, será más fácil causar daños”.
En todo caso, la necesidad de hallar un equilibrio entre apertura, valor y riesgo está ahí, y siempre lo ha estado. A veces una tecnología más antigua puede aportarnos un nivel de seguridad del cual una tecnología nueva no es capaz, dice Dunkels, y cita un reciente fallo eléctrico que se produjo en Estocolmo como ejemplo. Los teléfonos que utilizan tecnología inalámbrica fallaron, mientras que las redes tradicionales siguieron funcionando.