El orgullo contribuye a crear colegios más seguros
A medida que se van generalizando nuevos requisitos de seguridad entre los colegios, los educadores se enfrentan a un difícil acto de equilibrismo. ¿Cómo garantizar la seguridad sin convertir el colegio en una fortaleza?
Si has seguido los últimos titulares, quizá pienses que el principal riesgo de seguridad para un colegio es un loco armado con una metralleta. Pero en realidad, el reto es mucho mayor: ¿cómo crear la atmósfera adecuada día tras día en el colegio, de modo que la buena conducta y el respeto hacia los demás se conviertan en norma?
“Las puertas antiincendios, los simulacros de incendio y los ensayos no anunciados para saber qué hacer en caso de tiroteo son muy importantes”, dice Gaby Schuld, profesora responsable de la gestión de las instalaciones de un instituto de educación secundaria en Colonia (Alemania). “Pero nuestra prioridad en cuanto a seguridad es la relación con los estudiantes.”
En lo que respecta a garantizar la seguridad en su instituto, los estudiantes son los principales aliados de Gaby. Ahora bien, tratándose de 1800 estudiantes, la primera tarea es la de crear grupos que sean lo bastante pequeños para poder asumir responsabilidades.
“Tenemos grupos de enseñanza que van de siete a nueve profesores, con tres clases de unos 80 chavales en total”, explica, “que permanecen juntos durante todo el tiempo que dura su educación.” Así, los profesores pueden llegar a conocer bien a sus alumnos. “Puedo saber quién tiene un mal día o si hay algún problema en sus casas; me doy cuenta de si el carácter de un niño está cambiando a peor. Y ellos saben que pueden hablar con nosotros”, explica Schuld.
El instituto pone un gran énfasis en la idea de “aula segura”, en la que se anima a los niños a sentirse seguros “no solo físicamente sino también a nivel emocional”, dice Schuld. Los estudiantes llegan hasta a diseñar sus propias aulas: ¿por qué no, si van a pasar seis años de su vida en ellas?
Con ello, el instituto está aplicando uno de los principios de la filosofía CPTED (Crime Prevention Through Environmental Design, “prevención del delito a través del diseño del entorno”): si un estudiante considera que el aula le pertenece, la respetará. Es lo que Rob van Dijk, de la firma Cocoon Risk Management, de Zoetemeer (Países Bajos), llama “territorialidad.”
Cocoon a menudo trabaja con empresas comerciales, pero para esta empresa la mejora de la seguridad en los institutos es también una contribución a la comunidad en general. Consultando con todas las partes interesadas, desarrolla planes para garantizar que la seguridad esté perfectamente integrada en el instituto.
“No se basa tanto en confiar en cámaras de seguridad, guardias de seguridad y detectores de metales”, dice van Dijk, “aunque pueden seguir teniendo su utilidad. Se confía más en el contacto con los estudiantes. Estos van a estar más contentos si su entorno no es una prisión.”
En su opinión, es imposible evitar que alguien introduzca un arma a no ser que se instalen controles como los de los aeropuertos. “A lo sumo puedes notar que alguien se comporta de forma extraña, y por ello es importante dividir los institutos en áreas más pequeñas, en los que los profesores puedan ejercer un verdadero control.”
Jan Boele, responsable de gestión de instalaciones del centro de orientación profesional Da Vinci de Dordrecht, al sur de Rotterdam (Países Bajos), ha trabajado con Cocoon en el desarrollo de un nuevo centro que recibirá a 600 estudiantes.
“El nuevo edificio está en una parte un poco peligrosa de la ciudad, en la que hay bandas rivales, por lo cual estábamos un poco preocupados”, explica.
Cocoon cita cuatro influencias capitales: el barrio, el edificio, los estudiantes y los profesores, que es preciso conectar entre sí. El instituto debe resultar acogedor y atractivo para la comunidad: por ejemplo, debe haber un taller al que los vecinos puedan llevar sus bicis para que los estudiantes las reparen.
Art Hushen, del National Institute of Crime Prevention (una empresa privada de Carolina del Sur que ofrece formación basada en el programa CPTED), insiste en la importancia de que la comunidad se involucre, sobre todo cuando el barrio es problemático. “Puede ser necesario empezar con guardias armados para recuperar el control de la escuela, pero un colegio puede llegar a convertirse en punto de referencia para la comunidad, así como el único lugar seguro para los niños. Las personas que viven en barrios pobres tienen más necesidades que las que viven en zonas ricas, por lo cual se pueden introducir también servicios sociales para que los padres también puedan intervenir.”
Pero todos coinciden en que lo fundamental es la relación entre niños y profesores. “Los estudiantes deben sentirse respetados, deben mostrar respeto hacia los demás y deben sentirse seguros”, asegura Boele.
Incluso en el antiguo edificio de Da Vinci ya se ha intentado que los estudiantes se sientan como si fueran los dueños del lugar; así, son ellos quienes decoran al menos una de las paredes de cada clase, e incluso han fabricado algunos de los muebles. Y los estudiantes que se preparan para trabajar en el sector de la seguridad hacen guardia en las puertas, pidiendo el carné a sus compañeros; lógicamente, se les escoge con mucho cuidado para asegurarse de que no se vean sometidos a presiones por parte de las bandas de delincuentes.
Pero en el nuevo edificio se puede hacer aún más. Si bien los reservados de los baños son privados, los lavabos solo están aislados por paredes de cristal, para que se pueda ver desde fuera. “Hay una cierta pérdida de privacidad”, dice Boele, “pero debemos contrastarla con el riesgo de que haya bullying y violencia.”
Ciertamente, la palabra clave en todo el edificio es “transparencia”: aquellas esquinas en las que antes era posible esconderse ahora están a la vista.
Como resultado, dice van Dijk, el colegio ha podido reducir su número de guardias de seguridad de seis a uno, que además es una persona del barrio que habla con los estudiantes y se dedica tanto a controlarlos como a darles consejos.
Pero en cualquier caso, es esencial que sean los profesores quienes garanticen la seguridad. Van Dijk puede ayudarles proponiendo soluciones de diseño que apoyen sus esfuerzos. Estas pueden ser desde simples directrices cromáticas (“el azul es más controlable, el rojo es más activo; por tanto, nada de rojo en las aulas de exámenes”) hasta cuestiones relativas a la construcción.
Cada colegio o instituto debe encontrar las soluciones a sus propios problemas. Pero hay cosas comunes a todos ellos: los niños y los profesores deben sentirse orgullosos de su colegio, y eso no puede ser posible si el colegio parece un basurero.
“¿Hay hierba en el patio del colegio?”, pregunta Hushen. “¿O más bien se amontona la basura debido a la falta de presupuesto para mantenimiento?”